El fotógrafo de Tulcán

Alfonso Benjamín Endara. Fotógrafo profesional Desde su infancia, con su abuelo Ángel y su padre, Benjamín, Alfonso Benjamín Endara se vinculó al dibujo, la pintura, la fotografía y la cerámica como parte vivencial.
  • A los 10 años aprendió el proceso fotográfico, desde el conocimiento de la cámara, elementos mecánicos, iluminación artificial, espacio y procedimiento químico hacia el papel.
  • Actualmente, a sus 51 años, es gestor cultural en la Casa de la Juventud del Gobierno Provincial del Carchi, pero recuerda que la fotografía fue la profesión con la que su abuelo educó a su familia.
  • Como primer fotógrafo registró eventos sociales, históricos y arquitectónicos de Tulcán. “Quien retrataba a la gente de la ciudad era mi abuelo Ángel, luego mi padre con su estudio captaba lo que normalmente se llamaba medio cuerpo y rostros”, agrega. Para Endara, ser dibujante y pintor hizo que apreciara los hechos culturales y artísticos, además le sobrevino una preocupación estética sobre la fotografía como una expresión artística.
  • Trabajó con su abuelo, quien ya comenzaba a perder la vista, involucrándose en todas las áreas del proceso.
  • Desarrolló el tacto que en el cuarto oscuro debía poseer al momento del revelado. “Con los dedos debía sentir la finura o gramaje del papel, sentir dónde se hallaban el revelador y el fijador y tomar en cuenta los tiempos de revelado”. Afirma que las mismas herramientas que ahora se usan en el programa photoshop, antaño se hacían de forma manual. “Soy apegado a manejar las matemáticas en tiempos, composición, teoría del color, tonalidades, contraste y grado de sensibilidad”, recalca.
  • Rememora que la primera cámara fue introducida en la ciudad por Augusto del Hierro, y su abuelo Ángel tenía buena amistad con él, por lo que se vinculó a la fotografía aprendiendo a manejar los equipos. De ahí que en el trabajo de su abuelo, destaca la gráfica como referente del Tulcán de antaño.
  • Sostiene que el 80% de registros de aquella época son de autoría de su abuelo y son consideradas patrimonio de la ciudad.
  • Custodia más de 200 negativos. Algo particular es que las fotos circulan en folletos, tarjetas, redes sociales y, a decir de Endara, no le interesa quién tenga copias, sino que lo importante es que las personas sepan que hay un antecedente de lo que fue Tulcán en memoria visual.
  • Para la década de los años veinte, pocas eran las personas que podían acceder a la fotografía, porque era un lujo y demoraba la entrega. Alfonso manifiesta que con los años el trabajo de devaluó: “mi abuelo valoraba su trabajo y tomarse una fotografía tamaño carné era con todas las de la ley, con la elegancia y estética del retrato, hoy toman en una pared y no es comercial”.
  • Alfonso recuerda que en sus inicios usaba el negativo que tenía un tamaño de 17 x 20 centímetros y en vidrio, luego se redujo a 5 cm, pasó al formato 120 (4 x 3 cm), que tenía buena resolución, luego apareció el rollo de 35 milímetros, acompañado del rollo de 110. “Me gustaba tener las mejores cámaras como la Canon EOS 1, cuya resolución de imagen era increíble, logré tener una Yashica de formato 120, era un poder de cámara”, pero en el transcurso de los años vendió las máquinas porque desaparecieron del mercado los formatos, los químicos y el papel, se volvieron caros. Hace unos cuantos años publicó un libro fotográfico llamado El baúl de los recuerdos donde dio a conocer las fotografías que su abuelo tomó de Tulcán del siglo pasado.



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