Las corvinas de Gloria del Mercado Central

Varios premios obtenidos en competencias gastronómicas, confirman el sabor insuperable de las corvinas y ceviches mixtos de esta hueca patrimonial, que permite identificar a quiteños de cepa, de quiteños falsetas.

¿Qué debes saber?

  • Doña Gloria te espera con 3 platos típicos que se sirven desde 1956.
    • Corvina mixta, es un imponente plato que, por 6 dólares, presenta una corvina acompañada de papas cholas bañadas con conchas y camarón
    • Arroz blanco o relleno, es un Chimborazo de arroz a cuyas faldas descansa una corvina que se acompañan con concha y camarón, por apenas 7 dólares este plato vence el hambre del más goloso de sus comensales.
    • Ceviche mixto de concha y camarón es el plato consentido para los comensales que se plantean la difícil tarea de cuidar la línea.
  • El Mercado Central (Av. Pichincha y Esmeraldas), es uno de los más antiguos del Centro Histórico de Quito y está ubicado en el barrio de La Tola que alberga a tradicionales lugares turísticos de Quito
    • La estación de la Alameda del Metro de Quito se encuentra a un kilómetro del mercado.
    • Se recomienda visitar la zona con mucha precaución, preferiblemente en grupos que incluyan a quiteños o con guías turísticos.
    • Tienen servicio a domicilio al 099 891 0022.
    • Atienden de lunes a sábado de 07h00 a 17h00 y los domingos de 07h00 a 15h00.

Las corvinas del Mercado Central

En 1956, Doña Juanita Morocho, llegó a la Carita de Dios, con la idea clara de un negocio. Su esposo la alentó y así fue como en el Mercado Central empezó a vender almuerzos. Una tarde visitó a su prima que vendía corvinas en el Estadio Olímpico de la ciudad de Quito y al ver como los quiteños devoraban los mariscos, decidió darle un giro a su negocio. Así fue como Doña Juanita fue la primera comerciante en vender corvinas en el Mercado Central.

Las corvinas le llegaban de Manta, las conchas de San Lorenzo y el camarón de Pedernales, fue con esos 3 ingredientes que Doña Juanita perfeccionó los platos que hasta hoy se venden en el mercado: Corvina mixta, Arroz blanco o relleno y Ceviche mixto de concha y camarón.

Doña Juanita no estaba sola, pues esta historia trata del trabajo en equipo que solo una verdadera familia puede mantener por generaciones. Las vendedoras del Mercado Central, son un grupo de mujeres decidas a tomar el toro por los cuernos, el mercado fue el lugar donde sus hijos nacieron, jugaron y crecieron para heredar una hermosa tradición gastronómica. Doña Gloria Izurieta, la hija de Doña Juanita es la segunda generación de vendedoras. Con alegría cuenta como su afición para las ventas le permitieron conocer a medio mundo. Ella afirma que una condición básica para ser una auténtico quiteño, es haber comido por lo menos una vez en su puesto. Y es que todos los alcaldes, todos los presidentes de la República y todos los artistas de la ciudad han comido sus corvinas. Ella cuenta como muchos al quedar prendados de su sazón, mandaban a ver con elegantes choferes unas corvinas para alegrar su agitada vida.

La tercera generación

Dice Doña Glorita que, en más de una ocasión, su hijo Marcelo buscó otros caminos, ella recuerda como al salir del colegio se metió en el mundo financiero. Orgullosa veía como su hijo se abría camino en el mundo de las ventas de tarjetas de crédito. Con tristeza cuenta cuando se le fue a vivir a Estados Unidos y como con alegría compartía con sus compañeras las postales que le llegaban de la Gran Manzana, las fotos que contaban la historia de su hijo vendiendo ahora hamburguesas en un McDonald, conduciendo luego grandes camiones de entrega.

Entre risas Doña Glorita confiesa: “Mijito nunca se desentendió del mercado, siempre en sus tiempos libres venía a ayudarme y en el fondo yo sabía que apenas faltaba una excusa para que se quedará a mi lado” Y así fue, como al escuchar que el alcalde Paco Moncayo reconstruiría el mercado, se le ocurrió una idea. Ella sabía que un mercado moderno atraería a más clientes lo cual le permitiría pedir auxilio a su hijo. En el estreno del nuevo mercado, Marcelo respondió al llamado de su madre, así el fin de semana que programó en su agenda para trabajar en el mercado, se terminó transformando en toda su vida.

No se juega para hacer deporte, ¡se juega para ganar!

En la improvisada cancha de fútbol que los hijos de las vendedoras del Mercado Central de Quito, armaban entre los puestos de legumbres y frutas, el pequeño Marcelo Gómez adquirió los valores que le acompañarían durante su vida. No le importó ser el más pequeño, tampoco le importo que le asignaran el arco, mucho menos el poco tiempo que tenía para divertirse, ya que a sus 8 años ya amaba la pelota.

Y es que Marcelo tenía una vida agitada. En las madrugadas acompañaba a su abuelita hacer compras en San Roque, desde su barrio de La Tola salían muy temprano, para así poder elegir los mejores productos, luego atravesaban el centro histórico de Quito para llegar al Mercado Central en donde rápidamente ascendía en el negocio de su abuela, así paso de lavar los platos, para luego ser el mandadero que salía corriendo a la tienda para comprar algún ingrediente y finalmente terminar cobrando. Luego preparaba sus maletas para ir al colegio Dillón en el norte de Quito, donde estudiaba en las tardes, al final de clases se preparaba para emprender su retorno a casa.

Y aun así encontraba tiempo para jugar el fútbol, con los años fue seleccionado del equipo del mercado, del equipo del barrio y del equipo de la escuela en donde siempre buscó destacar. Fue en medio de la disciplina del deporte que este Quiteño empezó a soñar con comerse el mundo, él sabía que no bastaba con jugar, no bastaba con entrenar, que para salir adelante había que pensar en los detalles. Fue él quien organizó actividades para financiar a sus equipos, para comprar los uniformes, para vestir a las madrinas, porque además como le decía su abuela, “no solo hay que ser, hay que parecer”

Liderazgo, trabajo en equipo, disciplina y amor por los detalles fue lo que le dejó su eterno entrenamiento en la cancha. Ya en el mercado su abuela le entrenó para otras habilidades, saber seleccionar el mejor producto, buscar el mejor precio y lo más importante, seguir cada detalle de su receta de corvinas.

Trabajar para un banco, vender en una cadena internacional de comida rápida en EEUU, conducir camiones de entrega y estudiar gastronomía le dieron a Marcelo una nueva perspectiva. Ahora la sabia la importancia de construir una marca y el poder que tenía abordar la gastronomía de Quito en equipo.

No dudó cuando le puso el nombre a su negocio, “Las corvinas de Doña Gloria” era el nombre que hace décadas estaba en la mente de los quiteños, no dudó cuando le invitaron a participar en competencias de gastronomía las cuales supo ganar, no dudó cuando frente a una ola de delincuencia en su mercado decidió implementar un servicio de entrega a domicilio, tampoco dudó cuando colegas le pidieron que dirigiera la primera organización de huecas del Ecuador.

Hoy Marcelo, junto a varias huecas del país, trabajan en cambiar el chip de los ecuatorianos, buscan con mucho esfuerzo poner a la oferta de pequeños establecimientos de comida, en el sitial que se merecen, buscan también cambiarse ellos mismos, de convencerse de que su papel en la industria del turismo es importante y que la tradición que mantienen viva es un motivo de orgullo nacional.

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