Sanarse con el Poné, guardián de la cultura Tsáchila

Es el único pueblo que lo practica. Hace que los niños se familiaricen con las palabras y con sus símbolos. 

Los niños tsáchilas corretean por los senderos selváticos de su comunidad. Juegan y se ríen desinhibidos hasta que escuchan el sonido de una marimba, que los hipnotiza. José Aguavil, de 55 años, la interpreta. Es uno de los poné (curandero) más antiguos de la nacionalidad. Su misión, además de curar, es transmitir toda la sabiduría de su pueblo a las nuevas generaciones. Los pequeños lo rodean para escucharlo, como cada tarde tras salir de las escuelas mestizas. Él les habla en tsáfiqui, su lengua nativa.

Señala con sus manos las rayas negras que tiene dibujadas en el cuerpo y ensaya una explicación. "Son una forma de protección.  Los antepasados  las hicieron para no contagiarse de la viruela, que amenazó la existencia del pueblo hace décadas". 

Son tan importantes para su cultura como el achiote que se coloca en la cabeza y tiñe de anaranjado el cabello indomable de los hombres. Obtienen la semilla de las plantas que están sembradas a pocos metros de sus viviendas, que aún son hechas de paja y madera. Desde el cielo apenas se observan entre el bosque primario de la comunidad El Poste, en Santo Domingo de los Tsáchilas. 

Una de las chozas más grandes es la de Aguavil. No tiene paredes, solo techo y columnas de madera. Es un centro de transmisión de saberes. Ahí, los niños mayores de tres años conocen sobre el chamanismo. Se preparan para que en el futuro alguien sea poné. 

En una mesa grande, Aguavil coloca más de 100 distintas plantas curativas que hay en el bosque de la comuna. Los niños las tocan y perciben. Deben memorizar sus nombres y el poder curativo que tiene cada una de ellas. 

Esa parte de la formación dura tres meses. Luego, cada uno debe caminar por los senderos en busca de una planta determinada. Este proceso de reconocimiento puede tardar aproximadamente seis años. 

No es fácil, como reconoce Aguavil. Primero hay que aprender a contactarse con la naturaleza, escucharla y dejar que oriente sus pasos. 

Los niños miran al poné con atención. Toman las plantas entre sus manos y se quedan con las que tienen olores más fuertes. Normalmente, a los 11 años, un adolescente ya está preparado para hacer combinaciones curativas con plantas y pócimas que se extraen de la misma naturaleza. 

En las siete comunas tsáchilas, la edad de los curanderos es un requisito fundamental para estratificarlos. El curandero y exgobernador tsáchila, Héctor Aguavil,  dice que los poné son los líderes sociales naturales de la comunidad. No son encargados solo de sanar, sino que dirigen el rumbo de la etnia. 

Los que tienen menos de 40 años de experiencia son ponés o sabios. Los sacerdotes  o patelé,  de más de 40 años, son los que preceden las ceremonias y rituales con mayor trascendencia como la fiesta Kasama o de Año Nuevo. 

Los miya, en cambio, son la máxima autoridad en las comunas. En Santo Domingo solo quedan nueve. El último, Juan José Jende, falleció en octubre pasado a los 124 años. Él participó en la última graduación de 20 ponés en el 2011. 

Ahora Aguavil debe seguir los pasos de ese maestro. En la comunidad Chigüilpe, de donde era Jende, los poné se preparaban desde el embarazo. Eso ocurrió con Jende y con el primer gobernador tsáchila, el legendario Abraham Calazacón. 

En un consultorio de curación, la madre del niño tsáchila que será curandero debe sentarse alrededor de plantas. Al son de la marimba se rezan oraciones para pedirle a la naturaleza el don de la sanación. Para que elija a su hijo como el futuro líder. 

Cuando el pequeño nace es familiarizado con el laboratorio vegetal, pero no puede ingresar hasta que cumpla la mayoría de edad. Ese día es sagrado porque se hace un ritual. Estos niños son considerados los discípulos de los miya. 

Los que no se prepararon desde el vientre solo pueden ser sacerdotes en las ceremonias. En la nacionalidad hay 54. El poné de la comuna Chigüilpe, Augusto Calazacón,  asegura que ellos son la garantía de supervivencia. "Si desaparece el conocimiento, desaparece el pueblo". 

Por eso desde los hogares tsáchilas se hace un esfuerzo para que todos los niños sean potenciales poné. A diario ellos luchan con la influencia de los colonos; su pensamiento, cultura y críticas. 

Los pequeños lo saben y tratan de convivir en armonía con ambos mundos. 

Ellos, como parte de su formación, deben aprender a tocar la marimba. Para los tsáchilas, cada nota musical es un mensaje que les permite comunicarse con los cerros, lagunas, aire, arcoíris, árboles y animales. "No todos logran ese contacto", dice Aguavil. "Es un don que la naturaleza da, cada vez, a menos personas". 

En estas comunidades, en los tiempos libres, las mujeres aprenden a trabajar en telares, para confeccionar las prendas típicas de los integrantes de estas familias. 

Shuyun. Este centro cultural y turístico (hombre arcoíris en tsáfiqui) se creó hace 15 años, en las afueras de Santo Domingo. Se recibe a los turistas y ellos conocen sobre las tradiciones tsáchilas. Entre semana, cuando no hay visitantes, se enseña a los niños y jóvenes. 




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