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Crin - cabello de caballo en Guangopolo

Para un centenial o incluso para un milenial, la idea de un utensilio de cocina, creado a partir de una malla tejida con las hebras del cabello de un caballo, puede sonar un tanto increíble. Y es que en la década de los noventa del siglo pasado, la llegada de la venta masiva de coladores de plástico, casi llevo a la extinción a una tradición centenaria que se dedicó a la elaboración de los “cedazos”.

Antes de la década de los noventa, la mayoría de los hogares de Ecuador, Colombia, Perú y Venezuela, contaban en su cocina con una variedad de cedazos, de diferentes tamaños. Este utensilio utilizado para cernir o separar lo mas fino de la harina, venia del Ecuador, específicamente de la parroquia de Guangopolo, ubicada en las afueras de Quito.

Varias familias de Guangopolo fueron las herederas de esta técnica ancestral, que antes de la llegada de los españoles y sus caballos, ya tejían con maestría diferentes tipos de mallas a partir del uso de la cabuya o de fibras tomadas de palmas o raíces. Fue esta técnica artesanal la que al encontrar en el cabello de los caballos (CRIN) un material resistente, flexible, delgado y principalmente hermoso, se especializó durante siglos para desarrollar un amplio abanico de aplicaciones.

La crin del caballo, es en sí una fibra natural que se usa para la confección de cepillos, cuerdas, telas, insumos para la sastrería y hasta arcos para violines. Los cedazos tal vez fueron la aplicación más difundida de esta técnica, logrando convertirse por décadas en la principal fuente de ingresos de Guangopolo.

El plástico puso fin a la rentabilidad de la producción de cedazos, la técnica heredada por más de 5 generaciones se debilitó, ya que los moradores de Guangopolo debieron buscar otros oficios que asegurarán sus subsistencia, si a esto se le suma el proceso migratorio que el Ecuador vivió en 1999 debido a la crisis bancaría, se puede entender como en la actualidad menos de 10 familias son las guardianas de esta técnica ancestral.

Ahora bien, la manera en que estos “maestros del saber” lograron mantener viva esta tradición es un hermoso ejemplo de emprendimiento e innovación. Don Abraham Paucar, un guangopoleño de más de 80 años cuenta esta historia.




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