Jornada del Silencio

El labriego o jornalero comienza su día de trabajo. El agricultor baneño realiza sus tareas muy temprano, arrando la tierra.

Jornada Laboral 

En la provincia del Tungurahua, el arriero madruga para comenzar con su labores, los baneños se esfuerzan en las tareas del campo.

Al amanecer, cuando el canto de las aves nutren de música el alba que se despereza, cuando el silbido del viento de la noche busca su refugio claroscuro, cuando las campanas de la iglesia llaman entusiasmadas lanzando presurosas el Avemaría; cuando los gallos en las vecindades ruborizan el ambiente con guturales cánticos, oigo a lo lejos mugidos lastimeros, sombríos, distintos a aquellos que los bueyes lanzan pomposos cuando la manada camina por los potreros: libre, alegre, despidiendo a la neblina que se deshoja pálida, mustia con la llegada del viejo sol que va dorando el campo. 
El labriego también se ha levantado, ha dejado las cálidas cobijas de lana de "Ilamingo" y busca presuroso los útiles del arado, antes de que el día lance sus cristales calurosos que oprimen su piel, llenándole de lineas que se agrandan mientras la vida pasa resecando sus manos y su rostro. 

Postales del Ayer 

El porte majestuoso de los bueyes se ha tornado dócil, manejable; la mirada vivaz y desafiante del animal cuando es dueño de su nobleza se ha vuelto lánguida, su cerviz ha sido doblegada por el yugo que el labrador ha uncido sobre su cuello, sus bramidos que retumbaban en el eco madrugador se van apagando con un grito de silencio apresado en su garganta por el acial. 
Los bueyes cabizbajos, unidos con la misma suerte esperan que el arado quede listo para empezar la faena en la que el hombre y las bestias contorsionarán sus cuerpos buscando cada quien hacer su trabajo que natura ha puesto en su camino 

El agricultor

El terreno está listo para recibir la cuchilla y la reja que partirá su epidermis en surcos. La labor comienza. La yunta va despacio, pisando firme, sus pezuñas se clavan en la superficie para no resbalarse y acompasadamente mueven sus músculos de hierro y sus cabezas, tirando del arado que el arriero maneja con destreza, hundiendo la reja en las entrañas de la tierra que va cobrando vida. Una multitud de aves, cual cortejo de plumas caminan picoteando el suelo alimentándose de lombrices, de saltamontes, de "cuzos", de hormiguitas que han brotado a la luz después que su morada subterránea ha sido mancillada. Las leyes naturales van cumpliéndose. 

Jadeantes, bueyes y hombre van devorando el día y la distancia. El esfuerzo es constante. No sé a quién o a cuales rendirles pleitesía, si al hombre o a los animales, pues estos y aquel van dejando su fuerza y parte de su vida en cada hora, acariciando tristezas de cansancio. 

El cielo va quejándose con truenos de nostalgia, la claridad de entonces se ha vuelto casi noche, va poniéndose luto la tarde y presagian un llanto de lisas serpentinas que llegarán con frío a través de los montes. Es hora de volver, el corral les espera a los bueyes con agua fresca y clara y hierba del potrero y al labriego le aguardan manos enternecidas que tornarán en dicha la fatiga.

Los surcos han quedado delineados y se convertirán en un campo floreciente cuando la tierra con alborozo afecto, reciba en su vientre la semilla que emergerá con aroma de pan en el verde follaje de las plantas, en mazorcas y vainas, en repollos, en espigas y en hojas naufragantes, y las mariposas, los catzos, las cigarras, los gorriones, los guindes y los mirlos entonen la música del aire y dancen acariciados por las luces doradas de los días, hasta cuando venga la cosecha y comience nuevamente el ciclo de la vida 

Por: Rodrigo Herrera Cañar




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