De la grave inseguridad que duerme bajo nuestro suelo

Día que tembló la tierra en Alausí y cuando la tranquilidad y la paz llegó nuevamente.

¿Qué debes saber?

Efectivamente, este movimiento sísmico había sido sentido en casi todo el territorio ecuatoriano.  El Observatorio Astronómico de la ciudad de Quito pudo registrar estos movimientos, detectados a las siguientes horas:

Día 7 de abril a las 22 horas  7 minutos   y  45 segundos.

Día 7 de abril a las 23 horas 22 minutos  y  45 segundos.

Día 7 de abril a las 23 horas 47 minutos   y 40 segundos.

Día 8 de abril a las   4 horas  04 minutos  y  27 segundos.

Los moradores de Alausí mientras tanto afirman que el día viernes a las veintitrés y treinta minutos sintieron un temblor fuerte y a las veintitrés y cuarenta minutos uno con mayor intensidad. Estos dos movimientos concitaron el nerviosismo de la mayor parte de los pobladores, causando pánico y ansiedad que obligó se lancen rápidamente hacía las calles y plazas para ponerse a buen recaudo.  Como que parecía que se iba a destruir  toda la población. Algunas casas, desde luego las más viejas habían quedado agrietadas y amenazaban  desplomarse.  La gente se había reunido en las esquinas o lugares con cierta amplitud para comentar lo sucedido.

Al sentir el primer movimiento, la gente no le dio mayor importancia e inclusive para muchos pasó totalmente inadvertido. El segundo temblor fue con más violencia y tuvo algunos segundos de duración, cundiendo de inmediato el pánico en medio de gritos y súplicas. Las familias que así actuaban, sacaban consigo frazadas y  otras pertenencias con los que improvisaron pequeños refugios a la luz de la luna y de la intemperie.

A pesar de haber vuelto aparentemente la calma, los pobladores  se resistían a volver a sus casas, por temor que vuelvan los movimientos. En estas condiciones permanecieron hasta aproximadamente las dos de la mañana del día sábado. Una buena parte de ciudadanos paseaba por las calles mientras otros trataban de conciliar el sueño en tan precarias condiciones.

Las autoridades civiles, de policía y el cura párroco, se esforzaban para tratar de calmar los ánimos y hacer que las personas se retiren tranquilamente a su casas y descansen.  Muchos acogieron de buen agrado estas recomendaciones, mientras otros prefirieron soportar el rigor del  frío.

No sé si por una coincidencia de la naturaleza a partir de las tres de la mañana había comenzado a soplar un fuerte viento propio de la época de Verano. Lo raro y sorprendente era que nos hallábamos en la época invernal. Este hecho insólito más que otra cosa, creemos hizo que los moradores desistan de sus intenciones de permanecer alejados y fuera de sus casas, resolviendo retornar y descansar.

La tranquilidad y serenidad habían renacido, tanto que la mayoría se  olvidó del susto pasado y dormía plácidamente. A las cuatro y cuatro minutos, se producía el sismo de mayor intensidad, el mismo que por su violencia hizo que un buen porcentaje de casas, se cuartearan tanto interior como exteriormente. 

Previo al sacudón se había oído un sonido ronco y bramidos que salían de las entrañas de la tierra.  La superficie de las calles parecían como olas; las estructuras de las casas producían sonidos de distinta intensidad y como que se topaba unas  con las del frente de la calle.  Una cosa terrible y espantosa, la gente no atinaba a encontrar una explicación racional.

Una nube de polvo cubrió a la ciudad, niños, jóvenes, adultos, ancianos, hombres y mujeres sin distingos de razas, credo político,  religioso o posesión económica, se lanzaron nuevamente a las calles implorando misericordia y perdón por todos los pecados cometidos.

Después del último temblor -como es de suponer- ya nadie se había quedado en casa.  Familias enteras comenzaban a buscar refugio en diferentes lugares de la ciudad, la “Avenida Cinco de Junio”, el “Parque Trece de Noviembre”, las plazas, “Guayaquil”, “González Suárez”, y “Veinticuatro de Mayo”  fueron los lugares preferidos.  Otras personas incluso buscaron acomodo en sectores  fuera del poblado.  El espectáculo que ofrecían las gentes apretujadas cuidando sobre todo a los niños y muchos ancianos que debieron ser sacados a rastras ante el peligro que conllevaba dejarlos al interior de sus domicilios.  Era en verdad momentos de terrible confusión, pensaban que se trataba de un verdadero cataclismo.

En la cárcel pública se había podido escuchar lamentos.... ¡No nos dejen morir!.... Gritaban a todo pulmón. Al interior los reclusos desesperadamente y valiéndose de los “largueros” que habían sacado de sus camas, trataban infructuosamente de derribar las puertas, en su afán desesperado por salvar sus vidas. El temor de los reos se justificaba, porque tratándose de una construcción antigua, el peligro de que se desplome, era evidente. Los guías carcelarios y responsables de su cuidado, no les quedo más recurso que salvar sus vidas; de ahí que optaron por salir del local y ubicarse en la esquina más cercana y de “lejitos” permanecer vigilantes para evitar una posible huida de los reclusos.

Mientras tanto en el Hospital Civil, el desconcierto era aún más grave; personal médico, enfermeras, religiosas, hacían todos los esfuerzos para desalojar a los hospitalizados. En esos años, la concurrencia de enfermos a este centro de salud, era numerosa. Fue uno de los edificios más afectados, por cuanto su construcción era  de adobe. Esto obligó para que las autoridades administrativas del hospital, tomaran la decisión de inhabilitar muchas áreas del mismo a fin de precautelar la integridad tanto del personal de trabajadores como de los enfermos.

Otro de los edificios que sufrió graves daños fue el de la Casona Municipal, que en ese año estaba ocupado por el Colegio Nacional “Federico González Suárez”.

El cementerio, también recibió el impacto del sismo, los cuerpos de bóvedas quedaron seriamente afectados; casi un cincuenta por ciento de su estructura debió ser sometido a reparación. En ciertos sectores donde los deudos habían construido cruces de piedra, terminaron en el suelo. En definitiva desde aquel momento las casas quedaron deshabitadas, por la negativa de las personas a regresar a las mismas. El miedo se había apoderado de los ciudadanos, a tal punto que ingresar a los domicilios, se había convertido en un verdadero tormento. Como que parecía que el temblor estuviera esperando al interior de las casas.

La noticia de esta tragedia, se había difundido por toda la nación. No era para menos ya que estos movimientos también habían sido sentidos con inusitada fuerza en ciudades como Riobamba, Ambato y Latacunga, que obligó a sus pobladores lanzarse a las calles, como medida de precaución. El Observatorio Astronómico, había logrado establecer como el lugar del epicentro a un sector ubicado entre la parroquia de Sibambe y las comunidades de Pepinales y Alpachaca. Por lo tanto, las primeras noticias que se difundían, concluían que este sector del cantón Alausí, y sus lugares aledaños, eran los más afectados por el siniestro.




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