De la pasión política y la viveza leguleya.

Una mirada política hacia el pasado de Alausí, hitos importantes.

¿Qué debes saber?

A inicios del siglo veinte, se inicia en el Ecuador, una nueva etapa de carácter económico y social fruto en parte del impulso dado por García Moreno a la educación y continuado por el Progresismo y luego, aunque con otro signo, por la Revolución Liberal, hechos que habían ocurrido a mediados y al finalizar el siglo diecinueve. Se comienza a vivir  un cierto auge económico provocado por la guerra europea y el aumento del comercio exterior.

Durante esta época la élite agro exportadora de la Costa, accedió al poder de la nación. Es decir que estos nuevos ricos, arrebataron el poder y el control del estado a los terratenientes serranos, quienes habían amasado sus fortunas con el trabajo esclavizado de los miles y miles de campesinos e indígenas. Desde luego la Iglesia Católica, desde los púlpitos había contribuido notablemente a que se mantenga esta  triste situación del indígena.

En el mundo, las nuevas ideas de transformación estaban ya maduras pues, se había producido la Revolución Rusa de mil novecientos diecisiete y la Mexicana de mil novecientos veinticinco; en el propio gobierno liberal empieza a surgir la preocupación por las instituciones sociales. Se inicia también la organización de los trabajadores. La Revolución Juliana de mil novecientos veinticinco encarna, entre otras cosas, aspiraciones sociales vagas y difusas, pero que se plasman con el devenir de los años. Esta  transformación marcó el inicio de una etapa de al menos dos décadas, signadas por una crisis global del sistema. El tradicional latifundismo serrano, había experimentado un robustecimiento y se lanzaba nuevamente a la retoma de posiciones perdidas años atrás.

Los “militares julianos” invocaron en su programa político ciertas ideas socialistas e inclinaciones hacía los  trabajadores, pero su paso por el poder trajo en realidad una serie de innovaciones que favorecieron a los sectores medios e impulsaron la modernización del aparato estatal.  

Siguiendo el impulso de los militares jóvenes, entre los que se destaca el alauseño Comandante Maximiliano Marchán Ramírez y de los civiles que con ellos actuaron, emitieron varias leyes y acuerdos durante los años que van desde mil novecientos veinticinco a mil novecientos veintiocho, en favor de las clases sociales más deprimidas, entre las que anotaremos: reglamentos a la Ley de Trabajo, normas para la protección de la mujer y el menor trabajador; regulación del contrato individual de trabajo y así sucesivamente, fueron varias leyes en beneficio de los ecuatorianos.

Alausí, a inicios del siglo XX también y por efectos de la construcción del ferrocarril, se nutre de todos estos acontecimientos de transformación que ocurren en el mundo y en el país. Fruto de esta influencia, los artesanos y obreros inquietos comienzan a sentir la suave brisa de la organización que se logra hacer realidad gracias a la presencia del sacerdote  Eloy Abad, que desde el año de mil novecientos trece, ejerce su apostolado en la Parroquia Matriz; anteriormente lo había cumplido de buena manera en las parroquias de Chunchi, Sibambe y Huigra. Desde luego, muchos sacerdotes se han distinguido al orientar su labor pastoral a la edificación del hombre libre, el padre Abad, logró reunir en la casa parroquial a un buen número de obreros e iniciar las gestiones para fundar en Alausí, al igual que  había sucedido en muchas otras  ciudades del país, una organización clasista que aglutine a la clase  obrera.

Eran años de una gran efervescencia ciudadana, Alausí no podía estar al margen de  estos nuevos horizontes. Así nació la Sociedad Obreros de Alausí.

La municipalidad estaba presidida en mil novecientos veinticinco, por el Dr. Julio Serrano y posteriormente por don Alfonso Álvarez; como fruto del apasionamiento político se produjo un acto trágico que terminó con la muerte fatal de uno de los litigantes.

Dos acontecimientos suscitados que trascienden lo imaginario hasta convertirse en leyenda han sido relatados por don Enrique Calvache, un viejo obrero del pueblo  a quien el divino Creador ha dotado de una prodigiosa memoria puesto que muchos acontecimientos, han sido comprobados con las fuentes documentales que el Instituto de Investigación Histórica dispone.

Efectivamente, corría el año de mil novecientos veinticinco, las pasiones políticas propias de esa época habían dividido las opiniones sociales, formándose dos grupos claramente identificados. Los reformistas y los liberales que pugnaban por mantener la hegemonía del Estado. Lamentablemente al presidente Gonzalo Córdova, afectado de su salud, le obligaron a renunciar, accediendo al poder como consecuencia de la Revolución Juliana de mil novecientos veinticinco, un grupo de militares jóvenes dispuestos a implementar cambios profundos. En el Municipio de Alausí, se habían formado dos grupos irreconciliables, los liberales por una parte y los reformistas o aquellos que defendían a la Revolución Juliana por otra.

La familia Fiallo Pontón, Fiallo San Miguel, se habían caracterizado por defender las ideas liberales que por aquellos años habían comenzado a debilitarse. Por otro, quienes defendían la corriente reformista, es decir los que se habían aliado a los postulados de la revolución, era la familia Marchán Ramírez El Comandante Octaviano Marchán, había sido uno de los gestores de esta asonada militar.

Así se fueron desarrollando los acontecimientos sin que aparentemente se vislumbrara motivos de discordia, hasta cuando  en una de las sesiones del Concejo Municipal y una vez que se habían evacuado los asuntos motivos de su convocatoria, don Julio Fiallo, se enfrasca en una agria y violenta discusión con don Vicente Marchán. Ambos descendientes de familias muy respetables y estimadas de la población, cuyos progenitores habían ocupado cargos relevantes tanto en la función pública como en su vida privada. Como es de suponer en el año mil novecientos veinticinco, deben haber sido muy jóvenes, con la energía e ímpetu propios de esta edad, pero desprovistos de la paciencia y serenidad tan necesaria cuando de política se trata.

Producida la discusión verbal, las cosas no quedaron ahí, por más esfuerzos que hacían sus compañeros del Ayuntamiento, para apaciguar los ánimos; pasaron a la agresión física, a tal punto que don Julio, avanzó a propinar una furibunda cachetada en el rostro de don Vicente. Se formó como es de imaginarse tremendo alboroto, griteríos de parte y parte, hasta cuando lograron aparentemente apaciguar los ánimos.

Don Vicente Marchán, molesto por lo ocurrido, decidió abandonar la sala de sesiones y se disponía a bajar las gradas que lo conduzcan fuera del recinto. En ese preciso instante aparece don Julio y desde lo alto le llama la atención, conminándole a que no abandone la sala de sesiones.  Esta actitud al parecer y como producto de ingrato momento vivido, enervó el ánimo de don Vicente, quien saca su arma y dispara sobre la humanidad de don Julio, que cae herido sobre su propia sangre. Los presentes llenos de asombro y paralizados ante el trágico suceso  y una vez repuestos de su sorpresa; acudieron prestos al cuerpo herido de don Julio, quien rápidamente es llevado para ser  atendido de urgencia por el médico municipal. Luego de administrarle los primeros auxilios, se recomienda sea trasladado a un centro médico que disponga de mejores recursos humanos y técnicos, para así poder salvar la vida al infortunado don Julio Fiallo. El desenlace fue fatal, la ciencia médica nada pudo hacer, finalmente don Julio, volvió al regazo del Señor.

Don Vicente, con ayuda de la policía, había sido capturado y conducido detenido a la cárcel, que justamente funcionaba en el piso bajo de la casa municipal.

La permanencia del detenido en este lugar no garantizaba para nada, su integridad personal. La pasión política y la influencia familiar del personaje herido, habían hecho correr el rumor de un posible linchamiento al agresor, para así cobrar con sangre la ofensa inferida a la familia Fiallo.

Ante esta eventualidad, la familia Marchán, no podía esperar tranquilamente que las cosas llegaran a un punto crítico y  pongan en peligro la vida de su hermano; procedieron a gestionar el inmediato traslado del detenido y con guardias armados a la ciudad de Riobamba a donde efectivamente llegó y fue conducido, no a la cárcel común, sino al cuartel de la policía, entidad que tenía su local en la parte baja del Municipio de Riobamba. Desde luego es de suponer que tras de  estas disposiciones, estaba la mano de su hermano Octaviano, que como recordamos ejercía poderosa influencia en el gobierno nacional nacido de la victoria de la Revolución Juliana.

Desde  luego esta influencia sólo podía llegar hasta conceder al detenido cierto trato preferencial, y mientras se encuentre detenido, ya que tratándose de un delito flagrante y con todas las pruebas en su contra, lo menos que podía esperarse era que  una vez instaurado el juicio respectivo, recibiese la pena máxima por el delito cometido.

Efectivamente, se instauró el juicio correspondiente en uno de los tribunales penales, de la ciudad de Riobamba, pasando a ser la comidilla diaria en la apacible vida de los riobambeños.

De parte y parte y como producto no solo de su influencia política, sino que por su solvencia económica, contrataron para su defensa lo mejor que para esa época disponía la República. Así los hermanos Marchán Ramírez, se hicieron de los servicios del dr. José Trujillo, penalista de gran solvencia profesional y cuyos planteamientos, muchas veces insólitos, habían convencido a propios y extraños. Los familiares de don Julio Fiallo, no podían quedarse atrás y procedieron a contratar al dr. Ruperto Alarcón Falconí, padre de quien llegaría a ser Presidente Interino de la República, dr. Fabián Alarcón Rivera. Desde luego, debemos recordar que el dr. Alarcón Falconí participó también como candidato conservador a la presidencia,  sin poder cumplir con su anhelo.

El dr. Ruperto Alarcón, había comenzado con buen pie esta difícil profesión, aunque como es de suponer en estas artes de la abogacía, muchas veces cuenta más que el intelecto, la picardía de cómo se plantean los hechos.

Transcurrido el tiempo legal para el juzgamiento y enfrentadas las dos partes ante el tribunal respectivo, cada uno llegó dispuesto a demostrar con pruebas y razonamientos la veracidad de los hechos, desde sus respectivos puntos de vista; iniciaron su defensa. Como este hecho había concitado la curiosidad de la comunidad riobambeña, el local donde se efectuó la audiencia se hallaba totalmente lleno.

Para  la audiencia definitiva  el dr. José Trujillo, se había  provisto de un esqueleto, al que previamente y con la ayuda de cera, fue rellenando, hasta dar forma de un ser humano, y donde no descuidó ningún detalle. Provisto de este material, lo ubicó en un plano parecido al que tenía el occiso, al momento de la tragedia e inició su intervención, manifestando: “Que efectivamente este trágico suceso había sido el epílogo a las diferencias políticas propias de la época, las que condujeron a la acalorada discusión y a la utilización del arma, que  finalmente terminó con la vida de don Julio Fiallo”. El esqueleto que para el efecto disponía, sirvió para comprobar que el disparo no había comprometido  ningún órgano vital, por cuanto su muerte no fue instantánea y si se hubiera procedido a una atención oportuna, con toda seguridad  se habría salvado su vida. Los argumentos esgrimidos por la defensa, acusaron directamente a los médicos que habían atendido al herido como los verdaderos causantes de su muerte.

Un serio y acalorado debate se vivió ese día en la ciudad de Riobamba, los comentarios en  calles, plazas, lugares públicos  hacían aparecer a este drama, como un verdadero episodio novelesco, y cuyo desenlace mantenía en angustia y tensión a la ciudadanía. Tremendo compromiso para los integrantes del tribunal, quienes no se definían para dictar una sentencia justa y en derecho.

Los argumentos esgrimidos por la defensa, habían sido aparentemente convincentes, que finalmente sentenciaron; que la causa de la muerte de don Julio Fiallo, había sido por negligencia médica, antes que por el mismo disparo efectuado por don Vicente.

Las opiniones en la ciudadanía estaban divididas, un sabor amargo, difícil de aceptar para los familiares de don Julio, quienes no se resignaban a aceptar dicho fallo. Sin embargo las cosas estaban dadas; percibiendo con toda claridad que la influencia política que la Revolución Juliana, ejercía en aquellos años, pudo más que los anhelos de justicia de la familia ofendida. Desde luego, con este dictamen, don Vicente, recobró su libertad, que a criterio de una gran mayoría de la población era injusta. Como podemos ver la justicia casi siempre ha dado que hablar, por la falta de confianza en las leyes y en quienes  las aplican. Se ha constituido en un problema recurrente que ha afectado a la comunidad ecuatoriana.




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