Jorge Corozo: Un corozao negro de alma blanca

Jorge Corozo, conocido entre la afición como “Corozao”, es un jugador símbolo del Centro Deportivo Olmedo, futbolista que se ganó el respeto de la hinchada, diez años después de su retiro del fútbol profesional en el cuadro riobambeño (2006)

Jorge Corozo, conocido entre la afición como “Corozao”, es un jugador símbolo del Centro Deportivo Olmedo, futbolista que se ganó el respeto de la hinchada, diez años después de su retiro del fútbol profesional en el cuadro riobambeño (2006), siente hasta hoy, el aprecio de quienes confiaban en él para que el equipo gane y tenga jornadas de gloria.
Los hinchas del Olmedo ven en este esmeraldeño, una referencia del trabajo honesto y de entrega a la camiseta, lo cual confirma la estima que sienten por Jorge, quien hizo de Riobamba su nuevo hogar.
Y aunque sorprende verlo elegante con un terno oscuro, luego de mirarlo siempre con el uniforme de arquero del Centro Deportivo Olmedo, Jorge Corozo no sólo llamó la atención con el vestuario que llegó al programa de La Riobambeñidad, sino con la sinceridad con la que contó su vida y trayectoria.
Llegó a Sociedad Deportivo Quito como arquero en 1988, año en el que debuta y permanece en el cuadro capitalino hasta mediados de 1993, la presencia del arquero titular y seleccionado ecuatoriano, Carlos Enríquez, de Fernando Moya segundo arquero y Sandro Borja un joven que buscaba sus oportunidades, hizo que Jorge siente que debía buscar otro equipo donde poder tener continuidad.
Llegó a Riobamba luego de que Leandro Anarcacio Pérez, un zaguero central argentino que vino a jugar en el club STAR, le refirió al Arq. Eduardo Granizo, presidente del Olmedo en ese entonces, las cualidades profesionales de Jorge Corozo, la cita no demoró en ser pactada y antes que termine el año dejaba la ciudad capital y llegaba a Riobamba, a pesar de que vino a ganar la mitad de lo que ganaba en el Deportivo Quito.
Cuando alguna vez vino con el cuadro quiteño mientras tomaba en un café para contrarrestar el frío en el Hotel Astoria frente al estadio Olímpico, la ciudad no le resultaba acogedora. “Pensé en ese momento que ojalá nunca tenga que jugar por aquí, al año siguiente estaba en el Olmedo, equipo que quiero y respeto, hoy doy gracias a Dios por haber tomado esa decisión”, comenta.
Juan Rojas, colaborador del cuadro riobambeño, le llevó al primer hotel para que se hospede, estaba ubicado en el sector de La Estación, descansó poco, pues el piso era de madera y cada paso rechinaba, la presencia de comerciantes que llegaban por la feria era constante, tenían además música con alto volumen y las conversaciones no terminaban sino con el amanecer, pronto buscó otro espacio para vivir.

El Director Técnico que lo recibió fue el Ricardo Bocha Aremndariz y se encontró con jugadores que conocía como Wellington Paredes y Max Mecías Caicedo, dentro del cuadro se estructuraron los grupos de jugadores guayaquileños, esmeraldeños y los de la sierra.
Almorzaban en el restaurante La Ostra ubicado en la calle Pichincha y Primera Constituyente, no tuvo problema para acoplarse a la sazón de la sierra. Miguel Manzano, eterno utilero del Olmedo un día le invitó a servirse un cebiche la sorpresa fue enorme cuando vio que era de “chochos”.
“Yo no sabía si pedir de camarón, pescado o concha, lo menos que me imaginé es que podía haber uno de chochos! que al final me ha terminado gustando y mucho, claro es además algo típico de la ciudad”, dice entre sonrisas.
Recuerda el ascenso del Olmedo en medio de un torneo durísimo, “la serie B fue una experiencia nueva, había jugado muchos años en el Deportivo Quito y no fue fácil adaptarse”, indica, Jorge Corozo no empezó jugando, para entonces le sorprendió la muerte de su padre y Mario Reinoso (*) un arquero querido en la ciudad se ganó el puesto de titular, la historia se repetía, Jorge iría de suplente pero esta vez tendría paciencia.
A poco tiempo Jorge Corozo defendía el arco del cuadro riobambeño, se estructuró un gran equipo donde destacaron: Max Mecías Caicedo, Daniel Ponce, Javier Caicedo, Imer Cherrez, Wellington Paredes, Darío De Negri, Cirilo Montaño, Luis Valdiviezo Paúl Santillán entre otros. Un empate, con el desaparecido club 9 de Octubre, en el estadio Olímpico de Riobamba, sellaba el ascenso a la serie B del fútbol profesional.
Este torneo lo lidera el profesor Luis Ordoñez, quien no sólo se convierte en su director técnico sino que se convierte en un segundo padre al acogerlo en su casa “Lucho fue el padre que había perdido, era el que me daba el consejo antes durante y después de un entrenamiento y sobre todo me mostraba el camino correcto en la vida” dice.
La campaña de lo que sería el ascenso a la serie de privilegio no le termina Luis Ordoñez, llega Francisco “Tano” Bertocci que logra el objetivo, pero como dice Corozo, con un equipo consolidado y que se conocía de memoria. Lo demás fue simplemente histórico, seis años después el equipo de Riobamba rompe la historia y por primera vez un equipo que no era de Quito o Guayaquil se coronaba campeón del fútbol ecuatoriano.
Pero detrás de la historia de este deportista hay una historia de limitaciones y desencantos, pero de especiales momento de aprendizaje en medio de una familia numerosa. Eran 14 hermanos en su niñes vivió en Mapasingue.
Trabajó desde pequeño, a los diez años fue betunero “un oficio grato y que era lo único que podía hacer”, recuerda. Su padre era ebanista y le ayudaba lijando las patas de las sillas como otra forma de aprender a trabajar honradamente y claro al mismo tiempo debía ir a la Escuela.
Luego de eso fue canillita de revistas para los pasajeros que utilizaban los barcos en el trayecto que unía Durán y Guayaquil cuando cumplió los 12 años fue a trabajar en una empresa de lavado de ropa Secomático donde clasificaba la ropa.

“Soy un hombre identificado con sus raíces, aprendí además la albañilería con mi padre junto con mis hermanos hacíamos de todo un poco, excepto robar, fumar marihuana y tener malas compañías”, dice orgulloso.
Su padre fue uno de los tres invasores en el Guasmo, junto con Toral Salamea y Carlos Castro Torres según relata, vivían en uno de esos terrenos con su madrastra que les crio, la familia Corozo aún tienen esa propiedad. Trabajó junto con sus hermanos Juan, Janio y Julio haciendo casas de caña guadua y zinc para los demás.
“Se vivió entre moscos, maleza, lodo, agua, manglares, culebras y caminábamos por chaquiñanes cargar el agua cinco o más kilómetros era normal, pero también aprendimos a comer ganándonos el dinero con el sudor de la frente, no había espacio para el deporte, eran espacio robados para nosotros”, confiesa Jorge.
Empezaba la década de los 80 en Guayaquil y las calles empiezan a rellenarse como parte del compromiso y gestión de los políticos de la época que buscando votos en un sector populoso, cientos de volquetas hacían ese trabajo y la primera cancha de futbol empezó a aparecer, era de tierra con dos arcos de madera.
Su padre compra un televisor de 12 pulgas y recuerda que se miraba los partidos de fútbol alguna ocasión uno entre el Nacional y el Deportivo Quito y le miró al eterno arquero del cuadro criollo Carlos “bacan” Delgado, su presencia, su uniforme y liderazgo le motivaron y supo que debía buscar un nombre en el arco.
Al inicio la pelota se la armaba con trapos y medias que se las pedía a las abuelas, la regla simple: equipo que pierde sale, empiezo a tapar a los 15 años para el equipo “Fumanchu” que jugaban por dinero lo cual presionaba más para tener un buen desempeñó, tapó con los guantes con los que manejaba su bicicleta y luego vino participaciones en su colegio, en torneos barriales donde confirmó sus condiciones, era aguerrido valiente y tenía don de mando.

Lo dijeron:

“Jorge siempre fue un luchador y emprendedor, un gran arquero líder del equipo, hoy como padre de familia y trabajador, busca aportar con lo que él sabe hacer, la gente lo respeta y considera a él y su familia y eso se lo merece”
“Jugamos seis años juntos, pasamos concentraciones largas de hasta un mes antes de tener obtener el campeonato, en un viaje a Loja fuimos en un carro pequeño que de seguro le resultó eterno por la distancia y porque con su talla resultó ser un viaje cansadísimo”, Héctor “Pipa” Gonzáles, Ex jugador del Olmedo y Director Técnico.

Las anécdotas:

  • Jorge fue sacristán en la Iglesia Jesús del Gran Poder en Milagro, procuraba dar de comer a muchos amigos que hizo en esa etapa.
  • Ángel Cobos Folleco fue el sacerdote que lo incluía en estas actividades y que le castigó cuando un Padre de Familia reclamó el hecho de que Jorge y sus amigos rompieron los trompos del hijo
  • Le encerraron en un cuarto oscuro donde guardaban lo santos para las procesiones entre ellos San Martin de Porras, luego de perder el miedo “pidió prestado” al santo algo de dinero para comer con los betuneros, el dinero era lo que habían limosnado los fieles “pensé él es negro y me va a entender” dice aún con picardía.
  • En el futbolín se apostaba el caramelo el chicle o el centavito y este juego ayuda para aprender a cerrar los ángulos virtud que debe tener un arquero.
  • “No se pudo ser campeón nacional en el 2000 sin haber sido campeón en 1994”, lo recuerda siempre el histórico arquero.
  • La alineación regular del flamante Olmedo campeón del 2000 fue: en el arco: Jorge Corozo; en defensa: Orfilio Mercado, Javier Caicedo, Daniel Ponce y Wellington Paredes; en el medio campo: Imer Chérrez, Darío De Negri y Héctor el “pipa” Gonzales; delanteros Wilmer Lavayen, Max Mecías Caicedo y Felipe Chalar.
  • Se ganó todo en el año 2000 el equipo fue campeón, Eduardo Granizo el mejor dirigente, Jorge Corozo el mejor arquero y mejor futbolista
  • Alguna vez miró jugar a unos betuneros en el Parque Infantil sus cajones eran los arcos y la emoción era de todos entre emociones encontradas escuchó decir al que tapaba que él era el “Corozao Blanco”, esas cosas no se olvidan dice muy emocionado.

 

 




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