De cómo los caminos tienen sinsabores y alegrías.

Obstáculos para abrir caminos, leyendas, dificultades, alegrías y anécdotas.

¿Qué debes saber?

El relieve del callejón interandino no fue obstáculo para que los pueblos buscaran maneras de relacionarse entre sí. Los intereses económicos fueron los que más predominaron en sus desplazamientos, aparte de otros como el de buscar el mejoramiento de sus condiciones de vida.

El presidente García Moreno, fue un gobernante que dio gran impulso a la construcción de vías. Pero quien más se preocupó por unir a los pueblos fue don Eloy Alfaro, con su gigantesca obra del ferrocarril. Los pueblos por donde cruzaba esta vía se consideraban afortunados y no les faltaba razón; empezaban a conocer el desarrollo y el mejoramiento de las condiciones de vida de sus habitantes.

Otros pueblos que se habían levantado al margen de la línea férrea, no quisieron quedarse atrás y desde entonces sus esfuerzos se orientaban a la construcción de vías que les permita tener una rápida comunicación con la cabecera cantonal. Las parroquias de Guasuntos, Sibambe y Tixán, por su cercanía a Alausí, eran las que más interés demostraron por construir las carreteras.

La topografía irregular de este sector de la cuenca del Chanchán, dificultaba su trazado: montañas, quebradas, abismos, se interponían al buen deseo de superar estos inconvenientes. Sin embargo estaban dispuestos a no dejarse ganar por el pesimismo y el desaliento.

El pueblo más decidido a emprender en la construcción de su carretera fue Guasuntos. El sacerdote  Nicolás Brito se constituyó en el promotor de la obra; fue contagiando con su entusiasmo al espíritu de los guasunteños, a tal extremo que no solo consiguió la mayor movilización de esa época; sino que invitó a unirse a este gran esfuerzo a muchos otros pueblos vecinos como Sevilla, Pumallacta y Gonzol.

El sendero antiguo que frecuentemente habían utilizado, era un estrecho chaquiñán que a duras penas alcanzaba para el paso de las acémilas, debiendo ascender hasta las cercanías de la comunidad de Chushilcón, hacia el cerro Patarate y luego un descenso complicado y peligroso hasta llegar a la cabecera cantonal.

Alrededor de los años treinta del siglo XX se dio inicio a las gestiones tendientes a lograr la apertura de una vía carrozable. Como es de suponer, la Municipalidad, se convierte en la receptora de esas inquietudes; don Torcuato Montalvo, a la sazón Presidente de la Junta Parroquial, comienza con la infatigable tarea  de realizar los trabajos víales y que posteriormente se verían  interrumpidos ya sea por los intereses personales de los dueños  de los terrenos afectados, ya sea por la intransigencia de los moradores de la comunidad de Nizag, por sentirse ser directamente perjudicados por los daños que ocasionarían a sus sembríos y a su comunidad.

En fin, venciendo  todo obstáculo, se iniciaron los trabajos y  consecuentemente principiaron los problemas. Por gestiones de los  comuneros, el Ministro de Obras Públicas, a través de un telegrama hizo conocer la decisión del departamento técnico de ese ministerio,  que primeramente se debían realizar estudios a fin de no afectar las propiedades de esta comunidad, por el serio peligro que conllevaba el desprendimiento de materiales

Don Torcuato, desanimado por esta disposición y a la vez indignado, cree que la resolución del ministerio, lo único que ha hecho, “es soliviantar los ánimos de los caníbales indios de Nizag, y poner una enorme trinchera que corta el grito de libertad y de entusiasmo con que todos estos pueblos buscan un nuevo porvenir no muy lejano”.

El padre Nicolás Brito, guía espiritual de los guasunteños, desde lo alto de su púlpito, exhorta a la unidad de todos los pobladores, a la vez que como presidente de comité pro-carretera, dirige una carta a la Municipalidad de Alausí, en los siguientes términos: “La penuria de los tiempos, las dificultades de todo género y la sórdida y constante campaña de los pobladores de  Nizag, se han conjurado diciendo: por aquí no pasarán. En otros tiempos, pueblos más afortunados que el nuestro, han sido pródigamente beneficiados por los gobiernos; solo a Guasuntos, le ha tocado la triste suerte de ser un pueblo abandonado. Hemos escogido todos los recursos y casi en todo se ha fracasado. Así y todo, perseguidos por nigzeños, obstaculizados por las lluvias e interceptados por el gobierno, no abandonaremos ni la barreta, emblema de nuestro trabajo; ni el sudor de nuestro entusiasmo.”

Estos dos admirables hombres no dieron jamás su brazo a torcer, venciendo mil obstáculos, siguieron con el trabajo adelante. Las constantes interrupciones, hacían en muchos lugares perder la línea trazada, viéndose obligados tan solo a abrir la carretera en los espacios donde no había desaparecido la trocha.

Se había avanzado unos tres kilómetros de Guasuntos y se encontraban a la altura de un sitio conocido como Ashpasurcuna, que traducido al español quiere decir “Sacar  tierra”. Era en efecto un sector donde se acostumbraba a remover la tierra y utilizarla para la fabricación de tejas y ollas. Este lugar coincidía en dirección a la comunidad de Nizag.

El episodio que vamos  a relatar, de lo que sucedió  en este lugar, fue contado por don Enrique Calvache, quien integraba la banda de músicos  y la señora Victoria Guerra,  que iniciaba su labor magisteril como  profesora municipal en esa comunidad.

Los pobladores de las parroquias circunvecinas, liderados por el teniente político, el presidente de la junta parroquial y el cura del pueblo, habían logrado reunir una gran cantidad de mingueros que provistos de picos, palas, azadones, se aprestaban a concurrir a la minga que para ese entonces se había hecho una costumbre y que se repetía generalmente todos los días sábados.

La municipalidad, también contribuía con este propósito, destinando pequeñas cantidades de dinero de su presupuesto que eran invertidos en la adquisición de herramientas y en el pago de chicha, bebida que según la creencia de los mingueros, les daba ánimo y fortaleza para el trabajo. A esto se sumaba la participación de las bandas de músicos tanto de Guasuntos como de Alausí, que al acorde de populares melodías, hacían vibrar el sentimiento y elevar el espíritu de colaboración.

En esta ocasión se había logrado reunir una gran cantidad de mingueros; sobrepasaban las quinientas personas dispuestas a proseguir con los trabajos planificados para ese día sábado.

En Alausí, mientras tanto, a órdenes del Comisario Municipal, la banda de músicos se aprestaba a dirigirse al lugar de los trabajos. Don Enrique Calvache, había  invitado a su buen amigo Agustín Mora, para que le acompañe y a la vez aproveche de este día de campo para cazar conejos, perdices o tórtolas, que en esa época del año,  abundaban en esta zona. En efecto, se aprovisionó de una escopeta de doble cañón y junto al resto de músicos, más los policías municipales y acémilas cargadas de chicha, emprendieron  el viaje rumbo al sitio de la minga.

En el lugar escogido para trabajar, además de los mingueros, se habían congregado también alumnos de la escuela de la parroquia de Guasuntos, profesores y muchas señoras que se encargaban de preparar el rancho para los trabajadores.

Cuando se encontraban en la mayor efervescencia, todos ellos alegres, al son de las notas musicales que alternadamente brindaban las dos bandas; a lo lejos aparecen los indígenas nigzeños, que se acercaban con la finalidad de impedir se realicen las tareas. En sus manos blandían toda clase de objetos: palos, piedras, machetes y uno que otro traía lanzas. Advertían que no dejarán que dañen sus terrenos y sembríos. Los ánimos se iban exacerbando y el tono de voz se elevaba de uno y otro lado. Los dos grupos se acercaban lenta y amenazadoramente, se encontraban casi a la misma altura.

Don Agustín, por el deseo de observar más de cerca lo que ocurría, dejó su escopeta arrimada junto a un cerco que había en el lugar; arma que supuestamente había llevado con la finalidad de cazar algunos animales.

Quienes enfrentaban esta discusión eran el padre Nicolás Brito y don Torcuato Montalvo. Justo contra ellos, los nigzeños trataban de arremeter amenazantes, sin respetar la autoridad que representaba ni la sotana de que se hallaba investido. Estando en tan difícil situación y a punto de ser agredidos, don Temístocles Hernández, una de las tantas personas acompañantes, alcanza a divisar la escopeta.   Sin pensar dos veces,  agarró el arma, aprieta el gatillo y se produce un gran estruendo, hiriendo mortalmente  al indígena que más próximo se hallaba. Al ver este sangriento espectáculo, unos se replegaron temerosos, mientras otros reaccionaron valientemente y arremetieron nuevamente, obligando a un segundo disparo que  terminó con la vida de otro nigzeño. Uno de ellos era de apellido Tenezaca, afirma don Enrique.

Como el estruendo de los disparos, el eco que produce, fue escuchado en la profundidad donde se ubica la comunidad de Nizag, presintiendo que algo anormal sucedía, el resto de pobladores, junto a doña Victoria, ascendieron apresuradamente llevando consigo la documentación original otorgada en el tiempo de la Colonia, por el Rey de España, que disponía el dominio y usufructo de todas esas parcialidades en favor de los nigzeños. Los argumentos de nada valieron; pues la minga terminaba con el saldo trágico de los cadáveres y el repliegue de los atemorizados mingueros que no atinaban a encontrar una explicación racional a tal infeliz desenlace.

Los nigzeños mientras tanto buscaban la manera de castigar este alevoso atentado de que habían sido víctimas y comenzaron a situarse en la parte alta del cerro Ashpasurcuna, utilizando para su desplazamiento, senderos que sólo ellos conocían.

Mientras tanto los integrantes de la banda de músicos, que ese tiempo dirigía el Capitán Elías Garcés, el Comisario Municipal y los pocos policías que acompañaban, emprendieron apresuradamente el regreso, haciendo adelantar a los borricos, que habían servido para trasladar las pipas de chicha.   Durante la trifulca nadie se había  preocupado por las pipas vacías. Los indígenas mientras tanto y una vez que habían dominado la montaña, hacían rodar una gran cantidad de piedras y así provocar daño a los que todavía se encontraban por el sector.

Fue una suerte que ninguno de los que regresaba a Alausí, sufriera algún daño; no así un inocente borrego merino de color negro que tranquilamente pastaba por esos parajes, recibió el impacto de una piedra, provocándole la muerte. El capitán Garcés, aconsejó a sus subalternos que coloquen al infeliz animal sobre uno de los borricos, para aprovechar posteriormente su exquisita carne.

Mientras se acercaban a Alausí, ya se había regado la noticia, pero desde luego con caracteres de una verdadera tragedia a tal extremo que se corría el rumor de muertos y heridos.  Tal era la desesperación de los familiares, en especial la de los músicos, que la madre de unos de sus integrantes, doña Naty Yépez, fue al encuentro de los primeros hombres que llegaban y con lágrimas en sus ojos preguntaba por la suerte de su joven hijo.   Manifestaba, llena de dolor y tristeza: “Si no habían visto a un muchacho moreno zambito”  Los músicos un tanto jocosos y con la finalidad de hacer pasar un mal rato a la acongojada señora, le manifestaban que efectivamente sabían  de un muerto que coincidía plenamente con las características de su hijo y que venía transportado encima de un asno.  Bien sabían que se trataba de una cruel broma  y que posteriormente fuera  aclarada.

Mientras tanto las autoridades civiles y de policía enteradas de lo sucedido, se preparaban con la finalidad de dirigirse hacia el lugar de los hechos y buscar la manera de calmar los ánimos   que en la comunidad seguían exaltados.  Efectivamente, los indígenas persistían  en su actitud de beligerancia, sobre todo por la presencia de un buen número de policías que habían acompañado a las autoridades, quienes se vieron  obligados a realizar disparos al aire para amedrentarlos y apaciguar los ánimos.  Nuevamente el documento conferido por el Rey de España, fue exhibido ante las autoridades, que comprobaron la veracidad de lo que con justo derecho reclamaban.            

Las autoridades se comprometieron a resolver todos los problemas y con el resguardo de la policía, trajeron los dos cadáveres para proceder con las diligencias legales y su posterior exhumación.

Debió pasar mucho tiempo para que las cosas vuelvan a la normalidad. De uno y otro lado tuvieron cuidado para evitar futuros enfrentamientos; mientras se buscaba afanosamente; un mecanismo que permita el reinicio de los trabajos.  No se podía detener el ritmo, así que se abrieron nuevos frentes  de labor desde Alausí, y en otros tramos donde no representaba  ningún conflicto.

Don  Torcuato Montalvo, al igual que el padre Nicolás Brito, jamás se  desanimaron. Al  contrario, en una misiva enviada a la Municipalidad dicen entre otras cosas El espíritu guasunteño palpita tranquilo, lleno de alborozo, al contemplar que la redentora obra; está al terminarse y que los grandes sacrificios y sinsabores de más de cuatro años de desesperada y constante lucha van por fin a culminarse.  Bien se podría inaugurar y poner al servicio el Veinticuatro de Mayo, fecha de nuestra gloriosa emancipación, termina diciendo.




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