En la tierra de gigantes, turismo comunitario
Ese día, para suerte nuestra, cantaron los pacharacas. El augurio de cero lluvias de esta ave similar al pavo nos recibió en la tierra de los gigantes. En Orellana, el cielo despejado y celeste de un domingo contrastaba con los 1.130 km del grisáceo y caudaloso Río Napo.
En la selva todo llega a grandes bocanadas. Los ceibos que ahí viven, cuyas copas se elevan a más de 35 metros de altura los hacen totalmente visibles a lejanas distancias. Desde la comunidad Sani, desde la cima de uno de ellos, el visitante se siente pequeñito, a veces intimidado por la titánica Amazonía ecuatoriana.
Orlando Gualinga se encuentra en aquel pedazo de tierra, su tierra. Con rostro afable, piel oscurecida por el sol y cabello largo que cuelga de una cola de caballo, señala con su dedo índice al Parque Nacional Yasuní -un tesoro mundial de conservación de la biodiversidad-.
Junto a este hombre que se propuso "hacer historia en la selva", descubro en el camino un modelo de turismo en pro de los suyos: el comunitario. Y cuando digo los suyos, hablo de su familia: más de 600 personas que conforman La comuna Sani.
El nombre de esta comuna proviene de una planta que tiene la capacidad de elaborar un tinte que cobra color -negro- en la piel luego de 10 minutos. Orlando, como buen Sani, pintó una historia imborrable y que cambió el rumbo de la isla.
No es turismo, es solidaridad
Por 20 años trabajó "en vida petrolera". Su curiosidad y el acceso a varios instrumentos de medición -él era perforista- le permitieron conocer sobre la contaminación del agua y del río, producto de la extracción petrolera.
Desde antes, tenía un sueño, abrir un camino a la comunidad para la construcción de un hotel de lujo que le permita recibir turistas. Y así como los habitantes se abren paso a machetazos ante una espesa selva, él se puso a negociar con los gerentes de una petrolera que hacía pruebas de calidad de suelo para explotar su territorio.
Lo hizo por un año. Iba a Quito, exigía la construcción de un lodge con toda la infraestructura necesaria a orillas del Lago Chaiguayacu -propiedad de los Sani-. Por más de un año, pasó tardes enteras discutiendo.
"Me dijeron que no me podían dar lo que pedía mientras no vean el petróleo. Yo dije: aquí vamos a jugar dos papeles, bien sale para usted o bien sale para mí, no necesita ver el petróleo, así se hace el contrato". El 25 de enero del 2000, Orlando ganó. La petrolera construyó el establecimiento turístico.
Él hizo una jugada histórica, la empresa no pudo extraer el petróleo y la comunidad se abrazaba a la oportunidad de hacer turismo comunitario. Hoy, el dinero del lodge se distribuye para todos: una parte para los sueldos de los empleados del hotel, otro tanto para la escuela y otro rubro para el hospital de la comunidad.
Los miembros de la tercera edad también reciben un bono. Así, en la selva, en la isla Sani, se cristalizó un modelo de turismo, compartido y solidario. "Yo siempre estuve a favor. Las petroleras son a corto plazo, el turismo es a largo plazo", me comenta más tarde Manuel Machoa, uno de los motorizados de canoa del lodge, quien conoce a perfección cada recoveco del Río Napo.
La música de la Selva
Ahí, en un lugar donde la energía eléctrica es limitada, suena música a cada segundo. Es la sinfonía de la selva, una orquesta inusual donde se fusionan sonidos, melodías y armonías de cientos -quizás miles- de animales. Descifrarlos resulta casi imposible para quien no ha crecido en el paraíso.
El sonido no se detiene aún cuando se cierra el telón: el día acaba y a golpe de las 17;00 el atardecer nos regala vistas memorables. Un cielo multicolor se refleja como espejo en la laguna de Chauguayacu, donde se construyó Sani Lodge hace ya casi 16 años.
He viajado 200 minutos para llegar a ese frágil santuario. Arrancamos en El Coca, recorrimos en lancha el Napo durante dos horas y media mientras veíamos en sus riberas pequeñas chozas de madera, algunas pertenecientes a los Sani.
Al llegar al lodge y tras una caminata de 15 minutos por un andén en medio de un bosque, espera el tramo final sobre una canoa con remos. Las lanchas a esta altura del camino no están permitidas ya que alterarían la diversidad, en especial la de los caimanes.
Justo ahí, en medio del agua y una espesa selva, la cacería está prohibida, y para convivir con los animales se necesita respetarlos. Desde que pusimos los pies en tierra Sani, Jhonny no se ha separado de nosotros. Él es un guía nativo de la comunidad Sani. Tiene 24 años y es un experto en plantas medicinales.
Cuando caminamos por los bosques o navegamos por la laguna, se detiene para explicarnos -con precisión-los secretos de la tierra. "Los tucanes cantan cuando va a llover, y cuando va a salir el sol lo hacen los pacharacas". Todo lo aprendió en la escuela de la selva.
Jhonny memorizó cada una de las sabias palabras que sus ancestros le enseñaron sobre la botica natural que es la selva. Henry se nos unió como guía. Él también conoce a detalle cada espacio de la selva: reconoce, por ejemplo, el olor a sahino -una especie de cerdo salvaje- que se bañaba en lodo mientras caminamos por el Parque Nacional Yasuní.
También me recuerda, en varias ocasiones, que "al beber y rociarme agua de guayusa -hoja típica de la Amazonía que produce energía al igual que el café, las serpientes se alejarán de mi".
Cuando cumplan ocho meses como guías nativos, Henry y Jhonny abandonarán su oficio y darán oportunidad de trabajo a otros miembros de la comunidad. Al final, la tierra les pertenece a todos.
Decenas de turistas llegan a este recóndito lugar mensualmente, conocen la selva con guías nativos, caminan por los bosques del Parque Nacional Yasuní, suben al ceibo de 35 metros y desde ahí aprecian la grandeza del territorio, conviven con los animales y la infinita naturaleza.
La mayoría de viajeros son extranjeros, un 95%, proviene de EE.UU., Inglaterra, Francia, Alemania, entre otros. En su mayoría son jubilados, me cuenta Javier Paredes, el administrador de Sani Lodge. No siempre la afluencia de turistas fue alta, según recuerda Don Orlando. En su apertura solo fue un turista. Actualmente Sani recibe 90 viajeros al mes.
Un domingo en la comunidad Sani, implica risas, amor -ahí Jhonny conoció a su esposa-, y fútbol. Don Orlando Gualinga deja de ser el narrador de su historia para convertirse en periodista deportivo del campeonato local.
La selva te marca, se requiere de toda tu energía para recorrerla, admirarla y entenderla. Al final -debe pasar muy a menudo- el turista regresa a casa con la sensación de que ha ganado algo, un cariño a los miembros de esa comunidad que fue su familia por unos días.
En otros lugares de Ecuador...
No mentimos cuando afirmamos una y otra vez que Ecuador es un paraíso. En su geografía no solo hay destinos obligatorios para los viajeros, también hay gente que transmite lo que somos: nuestra cultura, costumbres y relación con la naturaleza.
El Turismo Comunitario es esa oportunidad para conocer el Ecuador profundo. Le recomendamos visitar:
- Costa del Pacífico: Comuna Agua Blanca, Prodecos, entre otros.
- Los Andes: Saraguro, Quilotoa, Comunidad Puruhá, Salinas de Bolívar, etc.
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