Patricio Robalino la creatividad permitía ser felices con lo simple

La mirada y sonrisa del docente politécnico Patricio Robalino, delata que disfruta mucho de recordar su época de infancia con sus amigos del barrio La Salle.

La mirada y sonrisa del docente politécnico Patricio Robalino, delata que disfruta mucho de recordar su época de infancia con sus amigos del barrio La Salle, jugaban a los vaqueros y apaches lo conocían como el “tequiman”, los más hábiles eran los “chullitas”, que sobrevivían batallas tras batallas entre árboles, campos, sembríos de fincas de la ciudad.
Los juguetes lo construían ellos mismos, el carpintero del barrio entregaba la materia prima que consistía pedazos de madera con lo que se hacían las pistolas, los sunchos que aseguraban las cajas servían como gatillo. Los apaches utilizaban el carrizo para construir su arco además de las fechas que eran sus armas de defensa.
Y la historia se repetía cuando se trataba de jugar con los carros que también eran de madera con ruedas que se formaban aplastando con mucho cuidado los tillos de las gaseosas. Los juegos eran colectivos talvés bruscos pero divertidos, como el carga montón o el capirotejo o los marros y los países que eran menos groseros y con más carreras y sudor de por medio.
“Las galladas eran grandes los más pequeños admirábamos a los mayores y todas las aventuras que hacían en sus ratos libres, los juegos, los juguetes la creatividad mostrar los trucos y secretos era generacionales de hermanos mayores a menores, de primos y amigos de toda la vida”, dice.
No había canchas deportivas se jugaba en la calle así de simple, “las piedras de arcos y los goles debían ser rastreados, las pelotas de trapo”, cuenta Patricio que insiste en la creatividad el momento de querer jugar en las generaciones de antaño.
“Alguna vez logramos hacer una pelota juntando los picos de las bombas que usábamos en el carnaval, previamente hicimos una cadenas y eso envuelto permitió tener una pelota que daba más bote por el componente del caucho”, recuerda con alegría, algunas veces realizaron juegos nocturnos, con pelotas encendidas con kerosene.
Se compraban los trompos en la Merced o San Alfonso donde los “mercachifles”, incluso alguna vez llevaron una madera que consiguieron donde un tornero para que les confeccione los trompos el pedido incluyó “punta afilada y de acero para los chiches”.
Es nostálgico para él pensar en los padres de su generación ayudándolos en la construcción de los juguetes, armar un coche de madera era parte de eso, “hacer cometas, barcos o aviones de papel te enseñaba tu papá, así de simple y bonito”, dice.
Se jugaban hasta altas horas de la noche sobre todo en vacaciones y no precisamente con luz, que para entonces era aún una aspiración en varios barrios de la ciudad, todos los sectores tenían al zapatero remendón, el vecino tendero, la modista y el sastre, el soldador o el hojalatero.
Cerca de La Salle destacaba un sastre en particular, el maestro Eduardo Gallegos, que, mientras cosía en la acera de su negocio, ubicado en la calle Colón, se entretenía con los niños del sector picándoles con la aguja que usaba mientras les pedía vean la trompita de un elefante, que terminaba siendo sólo una distracción.
Eran tiempos donde heredar la ropa de los hermanos era lo habitual, “yo tenía la ventaja de ser el mayor por lo que siempre estrenaba las paradas”, refiere Patricio en medio de sonrisas, era cuestión de bajar las vastas y hacer el dobladillo y estaba listo el pantalón para el siguiente hermano, los zapatos se ponían de acuerdo a como crecía el pie.
Estudió en la escuela La Salle muy cerca de la casa donde vivía, rememora la generosidad del Hermano Alejo que preparaba un sánduche muy particular pues el pan tenía en medio la deliciosa miel de abeja que ellos obtenían desde sus panales. “Era clásico cogerse los limones de unos árboles bien cargados que habían en nuestra escuela, parte de la aventura de ser niños”, rememora.
El dinero ahorrado o ganado en los juegos tradicionales de entonces se los gastaban en golosinas como chocolatines, mojicones, aplanchados, suspiros o rompe muelas comprados en la tienda esquinera de Don Barrenito otro personaje del sector.
Ratifica que en la época de su niñez y juventud todos se conocían en el barrio y en las celebraciones de Carnaval, Semana Santa y Finados se compartía la fritada, la fanesca y la colada morada con pan, respectivamente, entre los vecinos. Si pasaba algo en el barrio todos estaban pendientes, se colaboraba económicamente para las mejoras del sector, para que los “guambras del barrio” hagan el año viejo el 31 de diciembre.
Compartió las emociones del fútbol y los entrenamientos y juegos del Centro Deportivo Olmedo, admiró el juego de Ítalo Cabagñari y Gerardo Delgado además de las espectaculares “voladas” en el arco de Carlos Medrano. Los niños de barrio se peleaban por llevarle los guantes al arquero Medrano que vivía en el sector, detrás de él iban hasta llegar a los entrenamiento en el estadio del colegio San Felipe, una cancha de tierra ubicada por la Casa Madre.
“Solo toparle al jugador era un gusto y una historia para contar a los amigos de la escuela o el barrio así vivíamos el fútbol y una época de esplendor del equipo de la ciudad”, recuerda Patricio que fue preseleccionado de Chimborazo y tuvo de entrenadores a Walter Gómez y Luis Ordoñez, usaba unos zapatos con pupos de suela que le ayudaba a confeccionar su tío vinculado a la zapatería, toda una novedad para ese entonces.
Su vida y pasión siempre fue los números y la contabilidad, estudiante del colegio Juan de Velasco encontró pronto la vocación, entró a trabajar “haciendo méritos” por tres meses para entonces su primer hijo había nacido y era la motivación para buscar un espacio laboral y un futuro.
La desaparecida Empresa Nacional de Productos Vitales (Enprovit) encargada de comercialización de productos y servicio social fue ese espacio dónde finalmente se quedó trabajando, allí manejaba la contabilidad gubernamental que reconoce le ayudó a crecer profesionalmente.
Lo demás fue ir creciendo en su gestión y trabajo formándose continuamente adquiriendo experiencia en el sector público y privado, trabajó en tres periodos como dirigente del Colegio de Contadores de Chimborazo, luego estuvo en la Federación Nacional de Contadores y participó de varias reuniones interamericanas de contabilidad.
Es docente de la Escuela de Contabilidad y Auditoría de la Facultad de Administración de Empresas, en la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo, decenas de generaciones de estudiantes agradecen la confianza que brinda un docente de mucha experiencia que vincula fundamentalmente la práctica y los problemas diarios del trabajo, cientos de tesis de grado muy buenas, llevan su firma como Director.
Siempre les recuerda a sus alumnos que la solución de los problemas no solo está en la tecnología sino en generar alternativas basadas en la creatividad, recordándoles además que siempre será bueno una sonrisa a la adversidad, un abrazo afectivo al amigo o a la familia y ser auténtico y consecuente con los sueños, recomendación que se la puede extender a todos incluso a los lectores de este texto.

Las anécdotas:

  • Patricio tiene en la pintura un hobbie de niños dibujaba las historietas de la revista Memin y Kaliman, además de hacer sus caratulas con atractivos dibujos, hoy trabaja varias técnicas: plumilla óleo o acrílico.
  • Cuenta que los zapatos que confeccionaba Don Haro por la plaza de La Concepción, eran eternos “te duraba todo el año lectivo y para el hermano que le tocaba heredar” dice.
  • “No me gustaba subirme a la rueda moscovita y tocó subir al avión o una canoa entre Misahualli hasta el Coca,
  • Guarda una Revista de la Asociación de Contadores, que registra directiva integrada por: Jorge Pozo Vélez presidente Francisco Silva Cesar Augusto García secretario, Ángel Abdo Touma tesorero;; Humberto Moreano médico y Julio Ortiz asesor jurídico. La Srta. Teresita Dávalos Cordovéz es la Señorita Contador 1949.
  • La contabilidad antes se la llevaba toda escrita a mano, utilizando canutero y tinta, guarda un libro de contabilidad de la desaparecida fábrica el Prado, quien se quedó a cargo de los libro de bancos de la fábrica le permitió llevárselo y lo tiene como un tesoro.
  • Siempre tuvo casetes con buena música de Beto Méndez, Intiillimani, Facundo Cabral, Los Terrícolas, Leonardo Fabio que se perdían en la noches de bohemia, por lo que frecuentemente volvía a la Radio Sonorama, la romántica de la Sultana para pedir a Luis Suárez su propietario la reposición de los archivos.

Fuente: La Riobambeñidad




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